Al no saber a quién escribir o como escribir, de nuevo, por reflejo de
escriba, torpe escriba, caigo en vosotras, dulces dueñas de mis colores. La
lata sigue fría y he invitado a mi amigo el cigarro a visitar mis pulmones, el
momento de un eterno. ¿Os podríais creer que me siento enfermo? Entre vosotras
ya que os enredáis entre polisemias y ambigüedades y en vuestros viajes en
grupo, de una boca a una oreja, de un papel a unos ojos: sois impertinentemente groseras
(tanto como que no existe la palabra tantôt en español, dulce amiga de péndulos)
con vuestras alusiones a otro mundo del referido anteriormente, ese borde del
precipicio en el que todos caemos inevitablemente al leer que sus caras casi
cayeron del desamparo, ¿Pero y si se hubiesen caído? ¿Y si en verdad hubiesen
cayado? Sois pequeños dibujos enseñando grandes cosas y aún así la gente se
obstina a insultaros o a insultar con vosotras (siempre ese pequeño precipicio
de estar riéndose contigo o de ti, pero tranquilo, nos estamos riendo). No solo
os enredáis, sino que os inventáis a cada acto, a cada nuevo instrumento, todo
para haceros hablar un poco más. Todos queremos que habléis un poco más, en vez
de tanto hablar de vosotras. Porque cosa clara, sabéis demasiado de nosotros,
del pensamiento al susurro y del susurro al grito que nadie ha oído, hasta el
máxime silencio tiene su sitio entre vosotras. Sois tan flexibles con la moral
que poco os importa decir la verdad como decir una mentira, tan engañosas con
ese tan bella como las flores de un pétalo que nunca caerá, tan dolorosas como
tu si que eres más feo que mis peores sueños. Tanto se puede hacer con vuestros
dibujos que hay hasta fuentes, si fuentes, para diseñar como escribiros y que
ocaso que no os tengáis que mancharos nunca las manos de la sangre con la que
se os escibre “Dios ha muerto” dijo Nietzsche, pero ya estáis ustedes de
vuelta, vosotras, enredaderas de personajes, de tiempos y lugares(sin osar
hacer referencias de cuantas lenguas habláis, si hasta el braille se hizo a
través de vosotras), diciendo lo contrario en una biblia, aludiendo a que no en
un periódico y olvidando lo dicho en un libro para niños. Tantas tesis se han
discutido a través de vosotras que hasta vuestros primos lejanos los números
están celosos, un hombre de palabra, pero antes un hombre y todo en la palabra.
Pero luego es, que aguardáis la libertad que deseamos nosotros los hombre – la
palabra como la idea, como la idea de ser una palabra-, ser tan polivalente y
acogedora, que de un mudo a un ciego, a un feo, un asesino, a una ama de casa,
por todos los rincones os paseáis, sin que se os levante odio o si, pero os da
igual. Y desesperados estamos, escribiendo un diccionario por año intentando
atraparos del filo del bolígrafo cuando de Gorje le sale un te cero a Melena y
los números vuelven a llorar. Tan libres y aún tan incomprendidas, aunque
sirváis para comprendernos: del polvo de los libros, el polvo, consecuencia del
abandono y ahora echar un polvo, consecuencia de la seducción ¿Acaso nos
queréis hacer entender algo o es que todo es un gran quiste? (podría mentir y
decir que ese era un pequeño placer mío)
Pero inocentemente, creyéndome omnipotente, os digo que no es de
conoceros que conozco el mundo y no es de oíros que entiendo los llorares y las
risas (sean de mí o de ellas), no es escritor amante de las palabras, sino de
lo que sueltan de ellas(y de sus paréntesis en la vida de todos los días). Y es
así, como empezando diciendo que me creo enfermo y enredándome con vuestra fama
de enredaderas, una vez más, que os dejo, conmigo o de mí, al borde del
precipicio, para que haya algo más que vosotras, tantôt aquí, tantôt alli.
Un beso. Saludos a los números.