Y ya hace una semana, te
pesa el cuerpo y la mente se te va demasiado a otros lugares como si no
estuvieses y
vas, abres la puerta y te
vas, empiezan a correr las calles, los coches, las hojas que caen, el viento ya
va siendo una cuchilla, y “que la gente ya esta empezando a tocarme los huevos”
y tanteas un ritmo en cuatro tiempos, dos simples y dos inesperados, azúcar
para las orejas, de una voz que te es familiar, un respiro y sigo. Y es una
queja como todas, no es más que un sentimiento aseado y vestido como quién,
precavido y correcto, no sale desnudo por la noche. Te dices que solo es una
costumbre como las duchas de la mañana para quitarte el sueño de encima, el del
mundo paralelo y el que te deja los ojos cerrados, ya te acostumbras y cuentas
de un enfado, que ella no quiere ceder a la idea de una grandeza de amor/humor.
Y aún así te ríes, no porque sabes que tiene gracia, sino porque la risa va
después de un son, son que te lleva allá donde sea que tengas un mal día y no
puedas más, seas borde y no te des cuenta, como de mucho en cuando últimamente
o que sea un día soleado de estos que te gusta enseñar los dientes y hacer la
croqueta por pendientes. No son ellos, eres tú y no las palabras, porque lo
sabes, ellas no hacen más que cantar cuando las dices y pintar cuando las
escribes, son los significados, los que no entiendes y que se ven definidos
donde no tocas, donde no haces pie en ese techo que ves, que escuchas hablar de
un dolor que te es ajeno, que no te pesa por que expresa que más que un canto a
una sirena para que le seduzca de su veneno y le embadurne en un sueño fuera de
aquí.
Y luego ¿qué buen camino? ¿dónde está la flecha? sino que te estrecha en
no saber medir un equilibrio que no es, no se entiende, no pue de, solo fuera allí,
en ese sueño de sirenas con sabor a ron y a versos de sierras, de una lluvia
que te cala hasta los huesos mientras que aguantas un paraguas y una dama que
besar aunque la barriga te toque un dolor, mientras que corres hacia ella y de un susto la cojas y la beses y le susurres ocho letras de oro. Ahí las palabras y ningún
significado porque no puedes irte, joder, no quieres irte, porque eres tan
tonto, tan tonto como el que siempre está de acuerdo y como el que está de
acuerdo con nunca estarlo, tan poco cuerdo. Y ellos, tan pasiblemente siendo
ellos, lejanos en todo lo que no te toca pues no te pesa como el cuerpo que te
cansa y te pide sueños y dulzuras. Culpabilizas de no ser ellos pues eliges,
rechazas y sientes de ser elegido y haber sido rechazado y te encierras en esa
bucle que es una corriente, ese son que te lleva a sonrisas, Sonsoles y
sontristes. Y te decides a no entender, pues no alcanzas. Solo que, alivio más
esperanzador que los relojes que se rompen y las mujeres que se ponen a tu
lado, estás tu y no me dejas solo en mis rebeldías, amigo, como el eufemismo de todo lo que te digo.