Suena el despertador de
un silencio de paredes. Como el perro que tose y la dueña que duerme solo con
un ojo mantengo la vigilia de los paisajes y sonidos que atracan ante mi. Los
barcos flotan sobre un agua incierta y el marinero solo puede esperar que ella
sea gentil con él. Desdeña las leyes de la gravedad y los rugosos papeles que
atestan de sus meritos contra viento y marea, confía en la desconfianza de que
el horizonte infinito del mar ante sus ojos no está hecho del mismo roble que
el que le rodea y le hace. Y que al mismo tiempo si, y que a distinto tiempo
no, porque el mar aquí, jadeante y sensible al viento que sacude tanto la
arena, y él ahí sin palabras ni objeciones. Y luego ocurre, ocurre que hay un
conflicto en el mar y los vientos de adentro se levantan, aunque los de afuera
se hayan levantado desde hace tiempo. Se encienden velas, se levantan
bolígrafos y caen lágrimas sobre el barco, que ni las olas ostentan inundar con
un peligro tan incierto como las lágrimas que caen al llover.
¡Y qué lágrimas! Sino
las de un marinero que naufraga aún con su vela y su brújula ¿Y qué lágrimas?
Sino las que salen de ojos que no se aguantan ni con cuerdas ni pañuelos. Y que
lágrimas, sino un llorar dulce y melancólico entre un gracias y un adiós. Se
cuentan las perdidas a cuenta gotas. A cada caída la lisa realdad que no
atestan los papeles, que no atestan las leyes de la gravedad ni el horizonte tan
fino y recto. El terror encoge y la vela se tensa contra el viento, los brazos
tratan de aguantar lo que pueden, pero los recuerdos caen como pedazos de un
pastel derretido. Usted ya no es un marinero, usted ya no pertenece a ese
estribo que le aguanta sobre el suelo, ya no grita con su propia voz ni escribe
sus propias palabras, ya ni siquiera son sus manos la que le da de comer por la
mañana. Usted ya está metido en un cuadro para quién mire y no esté viviendo el
salpicado de las olas. Usted ya está de camino a la primera portada de un
periódico, de un libro de historia, un chiste de que van dos personas por la
calle y cae el mar encima de la del medio. Esto el mar y esto el barco, la fina
pero no tan fina línea que les separa es usted, aguantando las cuerdas y
apretando los dientes para que no caiga la vela como el pastel y los recuerdos.
Freud, Marx, Nietzsche y cada generación criticando la anterior más la que aún
está por criticar tenía razón, hay estragos y defectos, un sucio y rugoso papel
escondido entre los libros que nadie ha leído, una condición que queda por
cumplirse y siempre se deja de lado, de no poder mirarse los ojos de
frente. El tic-tac y el sistema de geolocalización decían cierto, hay un lugar,
un tiempo ocurriendo ahora mismo y se va yendo como el pastel. Ya más que
nunca, usted, entre mar y cielo, aguantándose el no-aguantarse el miedo y la
fricción de la mandíbula añora la filosofía, la poesía y el piano que se quedó
en tierra de campesinos, sentado en una silla, no… Usted está levantado, a la
vista de toda gaviota, a la vista de todo el rigor que el viento da contra la
piel y el mar y hace frío, un frío que ni da de que pensar si los peces lo
sienten también, tiene y no tiene hambre del bocadillo de las once que no le
llenó, ni hay que preguntarse si quedan energías suficientes desde la tabla de
la sanidad absoluta, ni queda lo suficiente para saber si ha dormido bastante,
amado bastante, dado las gracias bastante, dicho, dicho lo que había que decir
cuando el tiempo y el lugar no… Ahora es el lugar. Tiene miedo y tiene, o más
bien le queda, solo cuerdas donde aguantar, pero esas no son sus cuerdas y esas
no son sus manos, su cabeza se quedó donde el campesino o en ese momento justo
antes del, no, ya no existe ya no está y es una desidia el estar tensado como
cuerda y vela y jadear tanto como las olas y tener tanto frío como el viento
que ahí mismo pega, que esté latiendo el corazón, la consciencia en
circunstancias tan circunstantes que cortan como cuchillas de afeitar.
De ahí hasta que las
venas lo consientan, se seguirá rascando las paredes como un endemoniado
ignorante, como quien no entiende la dureza del ladrillo. El arte y la rebelión
vivirá. Por suerte alguna, alguna queda sí, usted es el mar, gran alivio, pero
también es el marinero y por desgracia, también a quién se le ha obligado mirar
la escena. El león, el niño y la madre, que mira la atrocidad que hacen sus
hijos solo por hambre, solo por eso.
Usted es, tanto el terrorista, como la victima, como el que lee la noticia. No se
deje llevar por la marea no, no deje que atraque tiempo y lugar delante de su
puerta, no deje que esto acabe en los periódicos, en un libro de historia o en
un chiste. No deje. No deje que os defina las palabras sin tan siquiera
haberlas gritado.
“La consciencia es ese barco sobre el mar de la inconsciencia”
(o la realidad)