Las cortinas están ajustadamente cubriendo el exterior. Harán creo que
catorce días que vuelvo de la caminata del Puig de Randa y aún sigo padeciendo
de dolores de estomago y no duermo bien. Son noches ásperas las que tengo pues
me despierto a media noche, después de haberme cruzado en mis sueños con
mujeres que me ignoran y que se ignoran, mujeres con bocas de cucaracha que no
quieren besarme y mujeres con un cuerpo de quita y pon que no tiene cara pero
si bragas negras. Sigo sin haber visto una sonrisa pintarse en mi cara mientras
me encuentro observando belleza, sigo sin sacarle provecho a la comida que me
llevo a la boca, mi cuerpo sigue teniendo hambre, sigue mi ánimo sin energías.
Ayer a las 2 de la tarde estaba sobre el banco delante del trabajo con un
fatídico cigarro (ya no somos amigos desde los diecinueve) después de leer el periódico
y antes de haber quedado para comer con Mathieu, el que trabaja en el servicio
de prensa. Se acabó el cigarro y sentí como si el día ya hubiese acabado
conmigo. Miré por ahí, por allá, la cabeza pensó en todo, lo que había que
hacer y lo que ya estaba “olvidado” y escapé a casa a dormir y cocinar una
crema de verdura con briznas de huevo duro y sepia con pimentón. Acabé solo con la mitad de la sepia,
sin crema, sin dormir y sin huevo duro, pasando mis ojos por los rincones de
los periódicos que tenía rodando por mi habitación, los anuncios y los muertos.
Así hasta las 3 de la mañana. A priori todo fue bien durante la caminata,
acababa de comer con Nico y Julia en la Vinagrera y fui con la curiosidad de visitar
el tan conocido santuario de Cura que estaba en lo alto de un monte, donde
vivió Ramón Llul, un filosofo mallorquín del siglo XIII que conceptualizó el Arte, un método infalible para la
conversión de los infieles basada sobre principios generales como la existencia
de un Dios eterno y la del mundo físico. La caminata era larga pero bonita, cuando
llegué arriba unas vistas preciosas presentando desde lo alto del pico de Randa,
la isla mallorquina, que podría valerse por sí misma frente al mar. Dentro del
santuario había una estatua de Llul, junto a un poema de algún admirador:
“Sed orgullosos mallorquines, de tan gran alma que pasó por aquí”.
Un nombre mallorquín del siglo XIII como podría haber sido uno de los de hoy en día, ocho siglos después. “¿Y qué, tú te pensabas que las cosas cambiaban de verdad con el paso del tiempo? ja!” dijo un gato que pasaba por ahí. Y es a partir de ahí que empezó a pensar mi cabeza que podría haber sido un gato mallorquín.
“Sed orgullosos mallorquines, de tan gran alma que pasó por aquí”.
Un nombre mallorquín del siglo XIII como podría haber sido uno de los de hoy en día, ocho siglos después. “¿Y qué, tú te pensabas que las cosas cambiaban de verdad con el paso del tiempo? ja!” dijo un gato que pasaba por ahí. Y es a partir de ahí que empezó a pensar mi cabeza que podría haber sido un gato mallorquín.
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